Combatir el fuego con más fuego
13 enero 2020
Se necesita reunir a un grupo peculiar de personas para enfrentarse a un enemigo que podría traer consigo el fin del mundo. Un conjunto diverso de capacidades resulta útil, pero esto también puede significar que al equipo le cueste compenetrarse. Al contrario que en las historias de H. P. Lovecraft, los investigadores de Cthulhu: Death May Die no tienen que perder tiempo buscando las respuestas a un misterio, ya que el caso ha sido resuelto y su solución es aterradora: una secta maligna está planeando invocar a uno de los Primigenios, dioses arquetípicos de otra dimensión. De hecho, sus planes ya están en marcha: el ritual ha empezado y la única oportunidad que tiene el mundo entero es que este variopinto grupo aúne sus fuerzas, interrumpa la ceremonia y haga que esa criatura ancestral quede vulnerable durante una fracción de segundo para que pueda acabar con ella. Pero todo esto forma parte de su trabajo.
Lord Adam Benchley es de Mánchester, Inglaterra. Su tic ocular encubre el tormento que subyace bajo sus apacibles modales británicos. Los otros investigadores saben que conviene evitarlo, no sea que fije el tic en ellos y se convierta en una mirada gélida. Tantos años luchando contra las sectas han dejado a Benchley bastante loco. Sin embargo, a pesar de ello, se mantiene impasible, tiene una determinación estoica y descarga sus tendencias psicóticas sobre los sectarios siempre que tiene la oportunidad.
John Morgan vivía felizmente como adiestrador de animales y guía de safaris profesional hasta que fue contratado para guiar a una secta al corazón de la jungla. Los condujo a las ruinas que buscaban y, a continuación, el ritual empezó. Fue entonces cuando Morgan derrumbó las ruinas sobre sus cabezas. Desde ese día, ha estado buscando sectas por todo el mundo para enfrentarse a sus perversos planes.
El asesinato es un asunto desagradable a menos que hayas desarrollado el gusto por él. Es el caso de Borden, a quien le encanta matar. Sin embargo, y por suerte, su «afición» se centra en erradicar el mal del mundo. Si bien el resto de los investigadores sufren el desgaste psicológico que conlleva quitar vidas, Borden lo tiene por una práctica relajante. Ella se ve a sí misma como el arma perfecta para trillar el mal del bien que hay en este mundo.
No se sabe mucho acerca de Lea, a quien los demás investigadores llaman «la Niña». Aparte de su alegre carcajada, pocos más sonidos se la ha visto emitir. Sin embargo, su mirada perdida y sus gestos de complicidad ocultan una sabiduría que está más allá de la edad que se presupondría por su diminuta figura. Una cosa está clara: la Niña no necesita a nadie que la guíe o la proteja cuando se enfrenta a las sectas, ya que se sume en cualquier lucha con un entusiasmo que algunos encontrarían, por decirlo de alguna forma, inquietante.
Criado en Turquía, a Ahmed Yasin siempre le ha fascinado el ocultismo, de manera que estudiaba todo aquel conocimiento arcano que cayera en sus manos. De esta forma, Ahmed se convirtió en algo parecido a un curandero y, aunque su formación médica no le permitiría obtener un título en ninguna universidad reconocida, los demás investigadores están contentos de poder contar con sus capacidades en el equipo. Es capaz de curar cortes y rasguños superficiales, pero también es capaz de recoser extremidades cercenadas, algo que puede resultar útil con una preocupante frecuencia cuando se trata de enfrentarse a dioses arquetípicos. La magia acarrea un coste para el alma, pero él lo paga gustosamente, ya que afronta su sacrificio con tanta fe como fatalismo.
La hermana Beth lo aprendió todo sobre la fe durante su juventud en Colombia. Desde temprana edad ha tenido una naturaleza nerviosa y, debido a ello, pasó por varios hospitales y manicomios antes de encontrar consuelo en la iglesia. Fue esa paz interior lo que permitió que su psique sobreviviera a su primer altercado con los dioses arquetípicos y sus sectarios. Desde entonces, ha estado estudiando ocultismo y se ha convertido en una experta en sus prácticas. Está segura de que, cuando caiga, habrá encontrado la salvación definitiva.
Fue una secta la que le concedió a Rasputín el «don» de la vida eterna después de que este desbaratara una de sus maquinaciones. Su intención era torturarlo hasta la muerte y, a continuación, resucitarlo inmediatamente para repetir el proceso una y otra vez. Sin embargo, las cosas rara vez salen según lo planeado, así que Rasputín logró escapar y mató al líder de la secta durante su huida. A partir de entonces, siguió luchando contra las fuerzas del mal y, entretanto, descubrió que la inmortalidad permanecía en él. Pero tal magia va decayendo, así que sabe que acabará muriendo por última vez. Hasta que eso ocurra, su intención es usar ese poder para servir al bien común.
Fátima Safar tiene el poder de la clarividencia. Si bien cualquier persona con conocimientos de ocultismo puede ver augurios en los huesos, las estrellas o el tarot, las capacidades de Fátima hacen que esas cosas parezcan juegos de niños. Ella concatena docenas de presagios para crear una profecía certera de lo que está por venir. El futuro jamás está cincelado en piedra, pero incluso unos breves instantes de antelación pueden marcar una diferencia y cambiar el desarrollo de los acontecimientos. La oportunidad de tender una trampa apropiada puede implicar que se evite una posible catástrofe; sin embargo, a veces, correr en dirección contraria tiene el mismo efecto.
Elizabeth Ives tiene una racha de suerte que, digámoslo así, le está durando toda la vida. Sus talentos no tienen nada que ver con la magia, ni la han bendecido desde lo alto, ni tiene poderes arcanos: simplemente, las cosas le salen bien. Ni siquiera ella tiene la menor idea de cómo es posible que todo se decante a su favor, pero toda una vida de buena suerte ha hecho que confíe en que seguirá siendo así, incluso cuando se enfrenta a dioses arquetípicos de otra dimensión. No son pocas las sectas que esperan que su suerte finalmente se agote y tenga los días contados.
El sargento mayor Welles cuenta muchas historias diferentes sobre cómo perdió el brazo: para algunos, fue debido al impacto de un proyectil de artillería durante la Gran Guerra; para otros, fue porque lo abatió un francotirador. Sin embargo, a sus colegas investigadores no necesita mentirles: un monstruo invocado por una secta se tragó su brazo entero, incluida la granada que llevaba en ese momento. Su dolor le sirve para afinar la puntería, y, en ese sentido, si las cicatrices que luce son algún tipo de indicador, su puntería es letal.
Si bien es posible que sus trasfondos sean radicalmente diferentes, a todos los investigadores los une el tener en mente un objetivo común: el deseo de detener a las sectas y devolver a los dioses arquetípicos a cualquiera que sea la retorcida dimensión de la que procedan. Puede que no formen el equipo más adecuado, pero con el destino del mundo en juego, los investigadores van a tener que encontrar una forma de trabajar unos con otros... o todos lo pagaremos caro.
Preparaos porque los Primigenios ya han llegado, preparaos para abrazar las locuras que os harán peculiares, diferentes y peligrosos. Preparaos para un reto como ningún otro con Cthulhu: Death May Die.